volver a ediciones
Conocí a Alejandro Stock por boca de dos amantes.
Tiempo atrás, él le había enviado a ella las fotos de dos cuadros, dos cuerpos amarillos y un lagarto, unidos.
Las había encontrado en un catalogo, pero él nunca citó autor ni procedencia. Se limito a escribir en su reverso unas letras de amor, que ella colgó en su pared.
Meses después, mientras tomaban un café soleado en el barrio de Huertas, vieron como uno de esos lienzos cruzaba milagrosamente la plaza. Apoyaron las tazas sobre la mesa, abandonaron sus sillas y se dirigieron hacia las personas que portaban la tela. Una de ellas se llamaba Alejandro, Alejandro Stock. Artista.
El pintor uruguayo decidió llevarlos a su estudio, ese refugio de pocos pero escogidos: pintores, poetas, peregrinos. Personas.
Uno de los cuadros que, en su versión reducida, había viajado por carta todavía seguía allí.
Pertenecía a "Tiempos (Tiempo de Jugar)", su anterior exposición.
Entonces ellos soñaron con un lienzo suyo, aquel del lagarto encaramado en el ser amarillo. Y pensaron: "Un día, Alejandro Stock nos hará un cuadro. Seremos nosotros". El ser y el lagarto eran él y ella, ella y él, unidos. Alejandro Stock entró en sus vidas como ellos entraron en la de Alejandro Stock.

Pasado el tiempo, él le preguntó: "¿Por qué pintas?". Y Alejandro le respondió: "Mi obra soy yo".
"¿Por qué miras?". "Yo creo en la mirada, porque en ella se ve todo. Me gusta aprender y para aprender hay que observar". "¿Y por que Madrid?". "Yo vine a ver y me fui quedando". Él siguió escuchando y entendió que Alejandro Stock es un hombre que a veces da su vida y se consume en el acto de dar; que no abandona su alma ante una decepción sino que cambia de piel; que cree en las personas, y por eso abre sus ojos sinceros y las mira hacia adentro.
También comprendió que Alejandro Stock tiene un poco de Adán y un poco de Eva, y le gusta comer de la fruta prohibida; por eso reniega del camino impuesto, pinta laberintos y ahora quiere rendir homenaje a todos aquellos artistas que abrieron nuevas puertas sin saber lo que se encontrarían tras ellas.
Ahora él piensa en Alejandro y su obra reciente, esa cincuentena de piezas bajo el título "Lo bello y lo profano", en sus ojos y en su trenza, poseídos por Klee y Kalho, por Bacon y Magritte, por Modigliani y Klimt, a quienes dedica su pincel. A ellos, que eligieron su propio destino. Profano. Como él, artista de colores calientes, que reniega de esa necesidad del ser humano de sacralizar las cosas, de ser fiel a las pautas establecidas, como había escrito Mircea Eliade en "Lo profano y lo sagrado". Porque ha decidido abandonar esa carretera general para adentrarse en otras vías, que son como los caminos comarcales del alma, donde se repiten los baches y abundan los guijarros.
En ese viaje hacia uno mismo, Stock ha evolucionado de un salvajismo pictórico -una etapa ritual y de grito- a una pintura figurativa, identificable por su carga conceptual y sus símbolos: la figura humana fragmentada, el lagarto, la mirada...
Algunos dicen que es surrealista, porque es onírico, pero Alejandro no quiere aceptarlo porque sus imágenes no son sueños, "yo las deseo". Sin duda, su obra ha adquirido limites más netos y se ha vuelto mas realista, es la vida, aunque en esta ocasión haya adoptado la técnica (óleo, acrílico, tinta plana...) y el leit motiv de los creadores a quienes rinde homenaje.
Conozco la historia de dos amantes que siguen amándose sin red. Y la de un artista que sigue buscando la salida del laberinto, como los marineros se procuran su puerto o los lagartos, su sol.

Henrique Mariño
Roma, septiembre de 2002.