NUMEROLOGIA
Uno, dos y tres. Tales son las cifras mágicas en estas obras.
Da lo mismo el soporte -una celulosa, un lienzo o una noble tabla de lavar-,
la cuenta es siempre la misma. Uno la soledad de la figura humana; dos, la
pareja; tres, la tríada en la cual se subsuman los números anteriores,
pero también el lugar donde se perfila lo distinto, lo que no es simplemente
la suma de uno mas dos: la terceridad químicamente pura; un tercero
que, a su vez, como sus paraguas triangulares, se subdivide en tres unidades
fusionadas y nos reenvía al uno; y el uno, por su parte, se nos desdobla
en mitades, remitiéndonos al dos, en un juego de espejos infinito.
Uno, dos y tres. Como su admirado Francis Bacon, Alejandro Stock se afana
persiguiendo un misterio de la forma humana que lo obsesiona. Como los del
pintor británico, los suyos son cuerpos sometidos a presiones insostenibles.
Mas hasta aquí las semejanzas; las criaturas de Stock soportan las
tensiones estoicamente, enseñando los dientes, como mucho, sin gritar
ante la metamorfosis en ciernes que las multiplicará o dividirá
en uno, dos y tres.
No es nada casual la elección -tan original por otra parte- de las
tablas de lavar. ¿Qué mejor palestra para la batalla interior
que este adminículo en peligro de extinción, donde el agua desgasta
y diluye las formas? Contra el olvido, contra la destrucción de contornos
perpetrada en las líneas onduladas de la madera, el artista practica
sobre los rodillos de las tablas su conjuro inscribiendo en oro las siluetas
que ninguna siniestra operación de limpieza logrará borrar.
Mas adviértase de que clase de oro se trata: no del refulgente; al
contrario, es oro gastado, escurrido, lavado. La conservación de las
formas no es gratuita, parece sugerirnos el autor: pagan por ello un alto
precio en desgaste.
La lucha denodada por salvar a las formas de la disolución se patentiza
en todas las composiciones. Véanse las crucifixiones que se insinúan;
obsérvese el cuerpo expuesto tironeado desde todos los rincones, tenso
pero nunca borroneado: aquí las figuras, aun bajo el desgarro de fuerzas
inmensas, conservan su definición rotunda, el trazado enérgico,
sin medias tintas, evocativo del comic. Lo mismo los colores: la paleta caliente
al servicio de las siluetas, reforzándolas, alzando un muro de colorido
contra la desfiguración. En contraste con los engendros de Bacon, ensimismados
en su aislamiento o en la licuefacción de sus bordes, los personajes
del artista uruguayo encaran directamente al espectador. Miran descaradamente
a la cámara, nos interpelan con sus ojos entornados, exhibiéndose
con impudor y asimismo pidiéndonos algo, ¿qué? Por lo
pronto, que fijemos la atención en esos primeros planos escrutados
con lupa, entrando en el juego de miradas ritual tan caro al autor; y a que
adivinemos la historia, el fuera de campo de composiciones semejantes a fotogramas,
pantallazos de una historia de la cual debemos imaginar las transformaciones
anteriores y posteriores.
Alejandro Stock, fiel a la Cábala, confía en la potencia de
los números; ellos -lo sabe- guardan el acceso a una realidad superior.
¿Una realidad sin fisuras ni escisiones, acaso? Quizás con su
pagana trinidad él tantea la salida de emergencia de esos cuartos oscuros
en donde habitan sus personajes. No carece de riesgos la empresa; los números
mágicos -bien nos lo han enseñado las viejas leyendas- tienen
poderes equívocos: a menudo sirven de talismanes de pasaje ("y
al tercer llamado la puerta del castillo se abrió") pero algunas
veces imponen límites y cierran el paso ("y al tercer silbido
el sendero se esfumó"). Mas no nos preocupemos. Buen cabalista,
Alejandro Stock sabrá hacer que las cifras le tiendan un puente áureo
afuera de los espacios de la ausencia, al deleite de los nuevos mundos que
su numerología franqueará.
Pablo Francescutti